RELATADO POR EL PASTOR HUGO GAMBETTA
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ay muchas personas que han tenido el privilegio de ver a su ángel guardián, o de comulgar con ángeles del cielo. Hasta el presente, yo nunca he tenido la dicha de ver a mi ángel guardián, pero otras personas sí lo han visto, y me han contado, y muchos han visto a ángeles en relación con el ministerio que Dios me ha dado, así como lo relatado en el capítulo 17 de este libro. Y de eso se trata la historia que sigue.
La gigantesca carpa evangelística se había levantado en un lote de la avenida Fullerton, en el norte de Chicago. Noche tras noches cientos de almas venían a escuchar el mensaje de salvación, y noche tras noche decenas de almas aceptaban la invitación de Cristo a entregarle sus vidas a Él. Especialmente los sábados eran días muy cargados de trabajo a favor de las almas. Desde la mañana temprano estábamos bajo la gran carpa blanca, en el programa de escuela sabática, mientras que los niños estaban en sus respectivas carpas más pequeñas, cuatro carpas donde celebraban sus clases adaptadas a sus edades respectivas. Teníamos también una carpa para el bando de oración, y hermanos entraban y salían durante todo el día, especialmente durante la predicación, para interceder por las almas. Después del culto de adoración, comíamos allí mismo y luego el resto de la tarde nos tocaba atender a decenas de personas que venían pidiendo consejo espiritual y dirección para sus hogares. Teníamos la clase bautismal bajo la carpa y por la noche la conferencia evangelística.
Este sábado en particular, había sido un día glorioso. Además de la clase bautismal y la predicación de la Palabra, tuvimos una maravillosa ceremonia bautismal en la piscina que había sido instalada bajo la gran carpa. Más de 30 almas habían bajado a las aguas, renunciando al mundo y sus caminos
pecaminosos, para hacer un pacto de salvación aceptando a Cristo como su Señor y Dios. El enemigo de las almas debe haber estado furioso (Apoc.12:12), pues muchas almas le habían sido arrebatadas de su reino, como “tizones escapados del incendio�?(Amós 4:11; Judas 23).
De regreso camino a la casa, un trayecto de casi una hora de viaje, iba solo manejando el automóvil, exhausto por el día agotador, pero gozoso y satisfecho, repasando mentalmente los felices eventos de ese día. Faltando tan sólo unas dos millas para llegar a destino, el sueño me venció y quedé dormido tras el volante, transitando por la autopista 394 hacia el sur.
Esta autopista de cuatro carriles, dos en dirección sur y dos en dirección norte, está dividida al centro por varios metros de césped con una hondonada. Lo último que recuerdo es haberme detenido en un semáforo con la luz roja. No recuerdo cuándo avancé ni nada más de allí en adelante. Cuando me desperté, media milla más adelante, el automóvil estaba en medio de una plantación de maíz, totalmente cubierto por el maizal ya bien alto, por ser mediados del otoño. El automóvil estaba aún con el motor encendido, pero detenido y totalmente rodeado por la milpa. Miré alrededor, no parecía haber chocado, el auto no mostraba señales de choque ni tampoco a mí me dolía nada. Traté de abrir la puerta y tuve que empujar para hacer a un lado las altas plantas de maíz.
En ese momento vi que un carro se detenía arriba, en la carretera, sus luces dirigidas hacia donde yo estaba. Comencé a caminar hacia la carretera, en medio del maizal y dos damas, vestidas de blanco se adelantaron a recibirme. Eran dos enfermeras que acababan de salir de su turno en el hospital St. James y regresaban a su casa.
- ¿Se encuentra usted bien? �?preguntaron las enfermeras.
- Creo que sí, no me duele nada. Estoy bien.
- ¡Qué tremendo susto nos ha dado! �?dijo una de ellas. –Veníamos por la carretera dirigiéndonos hacia el norte, cuando las luces de su carro atravesaron la medianera y se abalanzaron por la carretera en sentido contrario. Su automóvil se dirigía directamente hacia el nuestro, avanzando de frente hacia nosotros en sentido contrario. Tratamos de evitarlo pero el carro se abalanzaba directamente hacia nosotros.
- ¿Usted cree en los ángeles? �?interrumpió la otra enfermera. ¿Cree en los ángeles?
- ¡Oh sí, por supuesto que creo en los ángeles! ¡Soy cristiano! -respondí de inmediato.
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- ¿De verdad cree en los ángeles? –insistió la enfermera que estaba haciendo el relato de lo sucedido.
- ¡Sí, sí, creo en los ángeles de Dios! �?respondí ahora más interesado en lo que querían decirme.
- Pues si usted cree, le vamos a contar lo que vimos. Las dos lo vimos al mismo tiempo. Cuando las luces de nuestro carro iluminaron el interior de su vehículo a escasos metros de distancia, le vimos a usted con la cabeza inclinada sobre el volante, como si estuviese dormido o como si hubiese tenido un desmayo. Su carro venía directo hacia el nuestro, a impactarse de frente.
- Tratamos de desviarnos pero su carro se desvió hacia el mismo lugar y ya no daba tiempo a nada más �?terció la otra enfermera.
- En ese mismo instante una luz muy brillante iluminó todo el interior de su carro. Era tan brillante que parecía de día. La luz se abalanzó sobre el timón del carro y en una maniobra rápida y precisa desvió el automóvil virando hacia la izquierda. Su automóvil volvió a cruzar la medianera y se internó en el maizal. ¡Era un poderoso ángel del Señor! ¡Él tomó el volante y maniobró su carro! ¡Nosotras lo vimos! ¡Un ángel iba al volante de su carro!
- El susto fue grande, pero después de hacernos a un lado, al costado de la carretera para recobrar la compostura, decidimos de inmediato ir más adelante y virar hacia atrás para venir a ver cómo se encontraba usted. ¡Y usted está bien! ¡El ángel del Señor nos salvó la vida, a usted y también a nosotras!
Mi vehículo había cruzado dos veces la medianera de grama, que tiene una hondonada, había bajado por la banquina y se había metido en el maizal, y yo, ni siquiera me había despertado con todo ese sacudón y todo ese trajín. ¡Y mi ángel guardián había tomado el control del manubrio y había guiado el carro fuera de la carretera, a un lugar seguro! ¡Y pensar que no lo pude ver porque estaba dormido!
Llegué el próximo día a la carpa sin haber sacado las hojas de maíz que se habían enganchado en el frente y los costados del carro, para que los hermanos viesen las muestras de lo que podría haber sido un accidente de frente con terribles consecuencias, pero que Dios evitó para gloria de su nombre. Relaté a la hermandad y a las visitas del cuidado tierno de nuestro Señor para con cada uno de sus hijos, y cómo el Señor envía a sus ángeles a guardarnos en todos
nuestros caminos (Salmo 91:11). Lo que podría haber sido el fin de las conferencias y aún el fin de mi ministerio, el Señor lo usó para traer gloria a su nombre y testimonio de su poder a muchos. En verdad “el Ángel de Jehová acampa en derredor de los que le temen, y los defiende.�?(Salmo 34:7)
Pero también aprendí otra lección ese día, y es que no debemos abusar de la misericordia divina. No debemos trabajar tanto, que quedemos exhaustos y nos durmamos tras el volante. Ni aún sirviendo en la misma obra del Señor. No debemos dar trabajo extra a los ángeles del Señor. Hemos de ser temperantes en todo.
NOTA: Este testimonio fue tomado del Capítulo 25 del libro
Este testimonio llegó a ti por gentileza del ministerio: