La paz del resucitado a todos los hermanos y hermanas de la comunidad. Espero que todos estemos acompañando al Señor en este Triduo pascual para poder resucitar con él, el domingo.
Nosotros vamos a tener la Vigilia Pascual que empezaremos el sábado desde las once de la noche hasta las cinco de la madrugada del domingo Después toda la comunidad nos iremos a la cena pascual que consiste almuerzo con cordero. Espero que el Señor me conceda esta gracia de estar vivo.
Como sabemos, el jueves empieza el Triduo Pascual, es decir, la pasión muerte y resurrección del Señor. Tiene su centro en la Vigilia pascual del domingo, o como dice San Atanasio: “como un gran domingo�?
Les adjunto una reflexión que fue fruto del dÃa jueves Santo, donde se habla del amor al "otro". Como muy bien dice el Papa: "El "otro" es Cristo". Es interesante lo que dice el Papa, no dice que "Cristo ESTA en el otro", que también lo está, sino, el "otro" ES Cristo. Son muy profundos sus mensajes del Papa Benedicto XVI cuando habla.
Volteemos la página y empezaré con una pregunta: ¿POR QUE JUZGAS Y MATAS A TU HERMANO?
El Papa Benedicto XVI decÃa muy bien que el cristiano no es aquel que no peca, sino el que reconoce su pecado, como el rey David, que peca no se justifica y no se defiende, sólo dice ante el profeta Natán: "He pecado contra Yahvé".
¿Quién de nosotros no hemos sido peor que David? Todos, hermanos, yo el primero.
Se lee en un Misdrash que el discÃpulo le dice a su superior:�?Padre Abad, he visto a fulano pecar acostándose con una mujer. El Abad le pregunta: ¿Lo has visto con tus propios ojos? El discÃpulo responde: SÃ, Abad, le he visto con mis propios ojos. El Abad respira y dice: Si los has visto con tus ojos, DUDA.
A esto nos lleva esta reflexión, a no juzgar al hermano. ¿Por qué juzgamos y matamos al hermano? ¿De dónde nace la raÃz del juicio? ¿Quién salvará al hombre de las raÃces asesinas que todos llevamos dentro de nosotros mismos?
Dios nos ha creado para vivir en comunión, que es la felicidad .Ser feliz significa tener a Cristo dentro de nosotros. El demonio padre de la mentira, nos siembra la duda y nos invita a ser dios sin Dios. La raÃz de todo juicio en el fondo es la envidia. ¿Quién hoy, no es envidioso? Y sin embargo, Jesucristo ha venido por los envidiosos. Aquél que dice que no es envidioso, es porque no ha visto su pecado .No se ha encontrado con Jesucristo en su historia .No ha experimentado la Misericordia del Padre. ¿Quién nos hace ver nuestro pecado? El "otro", como el profeta Natán.
Dice la carta de Santiago (4,19): "Tú, ¿quién eres para juzgar al prójimo?". Y san Pablo a los romanos (14,10): "¿Por qué juzgas a tu hermano? ¿Por qué lo desprecias? Todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios".
¿Por qué somos tan idólatras que juzgamos? No juzgues ni lo que veas con tus ojos o con tu razón. ¿Quién nos hará recuperar la inocencia bautismal? Sólo Cristo en la Iglesia mediante su Gracia. Porque esto de no juzgar, no es producto de nuestros esfuerzos, sino de la Gracia de Dios. Conocer y reconocer tu pecado vale más que resucitar muertos, dice Simón el Sirio. Es fundamental conocerse a sà mismo saber quienes somos. Jesucristo es el único que conoce el secreto de nuestros corazones (Romanos 2,16; 1 Corintios 4,3-5).
Teniendo en cuenta que Jesucristo nos amó cuando éramos malvados, cuando le hacÃamos daño: lo hemos matado y, no obstante, cuando éramos malvados, EL dio su sangre por nosotros. Todos los dÃas crucificamos al otro. El marido crucifica a la mujer, la mujer crucifica al marido, crucificamos a la suegra, al suegro, al vecino, al jefe, en suma, siempre será el "otro". Y sin embargo, el "otro" es Cristo. Es una realidad constante. Somos imperfectos. Y cuando somos malos ¿quién podrá anunciarnos que, aunque seamos malos, Jesús nos ama? Muy sencillo: si Cristo vive en mà y ama a ese hermano que ha sido mi enemigo, Jesús me lleva a decirle que le ama. ¿Se da esto en nosotros?
Tú le juzgas. Pues no es cristiano juzgar. La caridad todo lo excusa. El que juzga está en el pecado. Hay gente que se pasa la vida señalando con el dedo a todos para justificarse. Ése que no piense que tiene el EspÃritu de Cristo. "No juzguéis" (Mateo, 7,1). ¿Qué sabes tú del otro? No juzgues. No juzgar a nadie. Perdonar. Eso es lo que dice el Evangelio, ¿no? La caridad todo lo excusa, todo lo soporta. Y, sin embargo, nosotros juzgamos todos los dÃas, pecamos. Tienes que saber que cada vez que juzgas pecas. ¿Por qué juzgas a tu hermano? Jesucristo no nos ha llamado a juzgar. Deja que otros juzguen. A nosotros el Señor nos ha llamado a otra cosa: nos ha llamado a llevar en nuestros cuerpos la injusticia de los demás y a remitir la justicia de Dios.
Jesús es el juez. Él sà puede juzgar (Actos. 10,42).Él nos ha abierto un camino. Nos ha dicho mira cómo tienen que vivir: como vivo Yo, asà tienen que vivir ustedes. Yo soy el único que puede juzgar. Puedo juzgar a los asesinos, porque yo no he asesinado a nadie; puedo juzgar a los borrachos, a las prostitutas, a los adúlteros, porque yo no he sido como ellos. Puedo juzgar a todos, porque yo soy el Señor, el Santo. Él, el tres veces Santo, puede juzgar y no ha querido juzgar. Ha remitido el juicio al Padre. Pensemos que vivir asà es la nueva creación que todos anhelamos.
El fruto que el Señor espera de nosotros, no es tanto el hacer muchos milagros o de resucitar a los muertos, el fruto que el Señor espera de nosotros en la comunidad cristiana es que quitemos de nuestro corazón el juicio. No juzgar, no condenar a un hermano, aunque lo veas hacer cosas que no entiendes; porque con la medida que midamos, seremos medidos, dice el Señor.
Dice San Cirilo de AlejandrÃa (siglo V): "Si el Maestro ya no juzga, ¿cómo tú te permites pronunciar sentencias? Él no vino para juzgar al mundo, sino para usar con él de misericordia, y te repite a ti también: Si yo no juzgo, no lo hagas tampoco tú que eres mi discÃpulo".
Puede darse que tú seas más culpable que los que juzgas, ¿cómo puedes no avergonzarte de esto? El Señor expresa este pensamiento con otra imagen: " ¿Por qué miras la brizna en el ojo de tu hermano?". Con tales palabras nos persuade con mayor evidencia a abstenernos de juzgar a los otros, para examinar más bien nuestro corazón y esforzarnos por expulsar de allà las pasiones que lo engañan, implorando a Dios su ayuda. Él sana a los contritos de corazón y nos libera de los males del alma. Si tú has pecado más y más gravemente que otros, ¿le reprenderás, olvidando tus pecados? Este mandato es necesario para todos los que quieren ser cristianos.
Muy bien dice san Atanasio (siglo IV): "Para conservar la paz del corazón, es preciso discernir los movimientos de los pensamientos: el espÃritu bueno inspira conformidad con la voluntad del Señor, es fuente de gozo y conduce a la intimidad con Dios. El espÃritu malo fomenta la inquietud, el desorden, la tristeza. Tenemos una señal para no temerlos: cuando nos venga un pensamiento cualquiera, no la admitamos a la primera, sino preguntemos confiados "¿Quién eres y de dónde vienes? Si aquello es santo nos alegrará y convertirá nuestro miedo en gozo; pero si es del demonio, se intimidará al ver un corazón puro; porque manifiesta poseer un espÃritu recto el que pregunta: ¿Quién eres y de donde vienes?"
Es decir, el Maestro, Jesucristo, que es Dios, que es el Justo, no ha querido juzgar, sino que ha querido tomar sobre sà los pecados, las cosas malas de los hombres, ¿quién eres tú para juzgar a tu hermano? ¿Es que eres quizás más importante que Cristo? Si un siervo está todo el dÃa sin hacer nada y su patrón no le dice nada, porque le está bien asÃo por lo que sea, ¿qué tienes que decir tú? Tú no eres el patrón de ese siervo. Esto es un ejemplo que pone Pablo: "¿Quién eres tú para juzgar al criado ajeno? Que se mantenga en pie o caiga sólo interesa a su amo; pero quedará en pie, pues poderoso es el Señor para sostenerlo" (Romanos 14,4).
Tú empiezas a decir: "! Yo soy el último y el peor de todos ¡". La fe adulta consiste en considerar a los otros como superiores a ti (Filipenses 2,3). Sinceramente, ¿quién de nosotros se siente último? ¿Nadie? El camino de la iniciación cristiana es primero un descendimiento para luego subir con el Señor.
Vamos a ver entonces que hay en tu corazón. Tal vez sólo juicios. ¿Quién ha sembrado en tu corazón esos juicios que tienes contra esa hermana o hermano, contra el sacerdote de tu parroquia, contra tu hija, contra tu suegra, tu cuñado, contra tu vecino? Jesucristo no los ha sembrado; eso seguro; Jesucristo no ha sembrado esa cizaña; Él ha dicho: "No juzgues".
¡Tú permites que el demonio siembre dentro de ti la cizaña y tienes el corazón podrido! Todas nuestras perversidades salen de nuestro corazón. ¿Quién cura nuestra profundidad de nuestro ser? ¿El siquiatra? ¿El psicólogo? ¿La ciencia? ¿La medicina? ¿Las terapias? Sólo el que ha bajado a nuestros infiernos, puede sacarnos de allÃ.
¿Podrá un ciego guiar a otro ciego? El que juzga es un ciego y no puede ayudar a nadie. Los cristianos no juzgan. Cada árbol se conoce por sus frutos. Ningún juicio viene de Dios; todos vienen del demonio y cada vez que juzgamos al hermano y a la hermana, se detiene la conversión, se detiene nuestra vida cristiana.
No tenemos derecho de ningún tipo para despreciar, humillar y maltratar al otro. Porque el Maltratado (Jesucristo) se pone de parte del humillado, del oprimido porque Él es toda humildad, es la esencia y la naturaleza del Ser encarnado: Jesucristo. Quien detesta a un hermano es un asesino y no tiene vida eterna dentro de sÃ. Cuando juzgamos a una prostituta, Dios te abandona y se va con la prostituta. Lo mismo podemos decir de los homosexuales o de los alcohólicos, o de los que abortan.
Recordemos lo que nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica, número 679: "Cristo es Señor de la vida eterna. El pleno derecho a juzgar definitivamente las obras y los corazones de los hombres pertenece a cristo como Redentor del mundo. Pues bien, el Hijo no ha venido para juzgar sino para salvar y para dar la vida que hay en él."
Nos cuentan los padres del desierto que los monjes se habÃan reunido en asamblea para juzgar a un hermano culpable, cuando se presentó el Abba Prior con un enorme saco de arena a la espalda, y en la mano una cesta que contenÃa sólo unos pocos granos. "Este saco -explicó - son mis pecados; como son numerosos, me los he puesto a la espalda para no tener que afligirme y llorar. Este puñado de arena son los pecados de este hermano; lo he colocado ante mis ojos para ejercitarme en juzgar a mi hermano". La lección fue provechosa, pues los padres reunidos dijeron unánimemente: "Este es el verdadero camino de la salvación". El Abba Besarion tuvo otro gesto significativo: "Un hermano habÃa pecado, y el sacerdote le dio la orden de salir de la iglesia. Besarion se levantó y salió con él, diciendo: "Yo también soy pecador". San Antonio fue, también en este punto, modelo de monjes. Una vez recibió con los brazos abiertos a un hermano expulsado de la comunidad regida por un tal abad ElÃas; más adelante volvió a enviarlo a su celda, pero el monje regresó diciendo que los hermanos se negaban a recibirlo; entonces el gran Antonio les envió este mensaje: "Un navÃo ha naufragado en alta mar, ha perdido toda su carga y a duras penas ha conseguido llegar a la orilla; y vosotros queréis devolver los restos a las olas": Los padres imitaban la infinita misericordia de Dios. Pensaban asÃ: "Con la dureza y la austeridad, no es posible hacer cambiar a nadie; un demonio no arroja a otros demonio. La benignidad atrae más fácilmente al desviado. Nuestro mismo Dios ha atraÃdo a sà a los hombres mediante la misericordia. Basta reconocerse pecador, arrepentirse y pedir perdón para que se restablezca la comunión con los hermanos".
Quiero terminar diciendo el Amor que adoramos el domingo en la Iglesia, es el Amor que no ha juzgado, que ha callado ante las humillaciones, que ha callado ante las más infames acusaciones, que ha callado ante la petulante curiosidad de Pilatos. Es el Amor, que ha callado ante la adúltera, ante la traición de Pedro, ante la negativa del joven rico. Es el Amor que ha perdonado a los que le crucificaban y cotidianamente nos perdona a nosotros, que cotidianamente le crucificamos.
Pero a este Amor, ¿le amamos o no?, ¿le conocemos o no? ¿Le hemos entendido alguna vez? ¿Le hemos creÃdo alguna vez? Si hoy juzgamos, si mañana juzgamos, el Señor nos levanta, porque ¿cuántas veces se levanta el justo? Y de todos los levanta el Señor.
Que nos ayude el Señor a imitarle.
En Cristo
Lucho<o:p></o:p>