La alegrÃa en la cruz I. La alegrÃa es una caracterÃstica esencial del cristiano y la Iglesia nos recuerda durante la Cuaresma que debe estar presente en todos los momentos de nuestra vida. Ahora meditamos la alegrÃa de la Cruz. La alegrÃa es compatible con la mortificación y el dolor. Lo que se opone a la alegrÃa es la tristeza, no la penitencia. La mortificación que vivimos en estos dÃas no debe ensombrecer nuestra alegrÃa interior, sino todo lo contrario: Debe hacerla crecer, porque nuestra Redención se acerca, el derroche de amor por los hombres que es la Pasión se aproxima, el gozo de la Pascua es inminente. Por eso queremos estar muy unidos al Señor, para que también en nuestra vida se repita, una vez más, el mismo proceso: Llegar, por su Pasión y su Cruz, a la gloria y a la alegrÃa de la Resurrección.
II. La alegrÃa es equivalente a felicidad, y lógicamente se manifiesta en el exterior de la persona. La alegrÃa verdadera tiene un origen espiritual. El Papa Pablo Vi nos dice: “La sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difÃcil engendrar la alegrÃa. Porque la alegrÃa tiene otro origen: es espiritual. El dinero, el “confort�? la higiene, la seguridad material, no faltan con frecuencia; sin embargo, el tedio, la aflicción, la tristeza, forman parte, por desgracia, de la vida de muchos�?(Exhortación Apostólica Gaudete in Domino). Nosotros sabemos que la alegrÃa surge de un corazón que se siente amado por Dios y que a su vez ama con locura al Señor. De un corazón que se esfuerza que ese amor se traduzca en buenas obras; de un corazón que está en unión y en paz con Dios, pues, aunque se sabe pecador, acude a la fuente del perdón: Cristo en el sacramento de la Penitencia. El Señor nos pide que perdamos el miedo al dolor, a las tribulaciones, y nos unamos a Él, que nos espera en la Cruz. Nuestra alma quedará más purificada, nuestro amor más firme. Entonces comprenderemos que la alegrÃa está muy cerca de la Cruz.
III. Dios ama al que da con alegrÃa (2 Corintios 9, 7). No nos tiene que sorprender que la mortificación y la penitencia nos cuesten; lo importante es que sepamos encaminarnos hacia ellas con decisión, con la alegrÃa de agradar a Dios, que nos ve. La experiencia que nos transmiten los santos es unánime en este sentido: “Estoy lleno de consuelo, reboso de gozo en todas nuestras tribulaciones�?(2 Corintios, 11, 24-27). Si hemos tenido miedo a la expiación, llenémonos de valor, pensando que el tiempo es breve y el premio grande, sin proporción con la pequeñez de nuestro esfuerzo.
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